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La canallada de Sánchez contra Feijóo y la historia

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ayer en PalenciaISA SAIZ

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Aunque haya sido en un mitin de partido. Lo de Pedro Sánchez este fin de semana en Palencia no debe ser justificado tapándolo como un mero “calentón” de líder al que se le va la lengua al fervor de sus parroquianos. Comparar al PP con los colaboradores nazis, como ha hecho el secretario general del PSOE, es miserable. Traspasa lo que puede ser permitido en política. Es una ofensa para millones de españoles que hicieron a los populares el partido con más votos en las pasadas elecciones y lo respaldan por toda España desde hace años como para hacerlo gobernar. 

Sánchez ha entrado en una fase de agobio personal que le lleva a atrincherarse en una desmesura desesperada. Vive acosado por la corrupción de los suyos y atosigado por su debilidad parlamentaria. Pero, no todo vale. En democracia es imprescindible respetar las opiniones, claro, aunque ese respeto debe ser de doble vía. Además, Sánchez, precisamente, sí ha sido un mandatario que no ha dudado en coaligarse para mandar con una ultra izquierda que mantiene vías de conexión con Putin, lo que siempre les ha impedido manifestarse contra el autócrata ruso. 

Para los europeos, el nazismo es el mal en su mayor grado. Así se ha incrustado en las mentes de los ciudadanos de Europa generación tras generación después de descubrir los horrores que cometió Hitler amparado en la mentira política, lo que le permitió exterminar a millones de personas bajo la excusa de buscar una raza superior. Que un dirigente como Sánchez, socialista, presidente de Gobierno, sea capaz de banalizar de esta manera el nazismo es mezquino, inmoral y supone extender una falsedad contra rivales políticos que descalifica por completo a quien lo hace. Acusar a Alberto Núñez Feijóo de “cómplice del nazismo”, además de mentiroso, es miserable y busca manipular arteramente la historia para ganarse unos aplausos de quienes muestran, rompiéndose las manos ante tal afirmación, su peligrosa ignorancia.

A.M. BEAUMONT

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