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En blanco y negro

María me mira mientras da un sorbo de café: “Qué diferencia entre mi Nicanor y el Fiscal General del Estado. Si mi marido levantara la cabeza"

El Fiscal General del Estado, Álvaro García Ortiz y el ministro de la Presidencia, Justicia y Relaciones con las Cortes, Félix Bolaños.

El Fiscal General del Estado, Álvaro García Ortiz y el ministro de la Presidencia, Justicia y Relaciones con las Cortes, Félix Bolaños.MateoLanzuela

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Buenos días, feliz fin de semana. Disfrutemos de estas fiestas de San Antón que, en muchos municipios, aprovechamos para honrar al Santo y recordar que nuestros “animalitos” pueden ser bendecidos a los ojos de Dios, en esta celebración.

He querido traerme a algún miembro del Gobierno para que lo bendigan en mi parroquia, pero no han querido venir. Desde la distancia y de modo simbólico, nuestro sacerdote lanzará agua bendita en dirección a la Moncloa. Así me lo ha prometido.

El frío no me anima mucho a caminar, sino a sentarme en algún café cerrado, con algo de calefacción, en el que recalan algunos vecinos del lugar a charlar y contar sus historias recientes y pasadas. Otros, como es mi caso hoy, lo hacemos solos y mantenemos un silencio observador. Junto a mí, María acaba de tomar asiento. Es una mujer “en blanco y negro”, fue joven en los años sesenta y convive hoy con una sociedad que no le es propia, se siente en ella, pero como reconoce muchas veces, es de otro tiempo.

María y yo nos conocemos. No somos coetáneos en el carné de identidad, pero muchas veces me siento de su edad anímica.

María se ha pedido un café y una tostada, me pregunta por la familia y yo no puedo preguntarle por la suya, ya no le queda nadie, pero se las apaña muy bien sola, de momento, como ella dice.

Como sabe que me dedico a cosas que tienen que ver con los papeles, un día me pidió una reunión para que le ayudara con sus últimas voluntades, además de ordenar su vida para sus últimos años. Les contaré, porque ella me lo permite, que me sorprendió uno de sus deseos, que fue que su despedida no durara más que dos horas y que en ese tiempo estuvieran sonando canciones de Concha Velasco, como "Las chicas de la Cruz Roja", "La chica Ye-Ye" y otras. Es allí donde se quedó su mente anclada, donde recuerda que era feliz, que las cosas “funcionaban”. Si pudiera, ella, volvería a poner “la tele en blanco y negro”.

María se enamoró de un señor que trabajaba en el Ayuntamiento de un austero pueblo de “Castilla la vieja”, D. Nicanor Sánchez Utrera, que había tenido la suerte de asistir a la Escuela de Comercio de Salamanca. Aquella formación le había dado conocimiento para realizar tareas de responsabilidad en su pueblo y allí fue “colocado”. Era serio pero amable, no dependía de ningún partido político cuando empezó a trabajar y no lo quiso cuando, a partir de la llegada de la democracia, aquellos, los partidos, empezaron a tener voz y voto en el Ayuntamiento. Él siempre decía que era un servidor público y que su neutralidad no podía estar en cuestión ante cualquier gestión que se tratara.

María me mira mientras da un sorbo de café y después me dice: “Qué diferencia entre mi Nicanor y el Fiscal General del Estado. Si mi marido levantara la cabeza”. María dice esto porque el día que murió su marido estaba sentado en el sillón y se le cayó la cabeza hacia delante.

Y es aquí donde empieza la retahíla del “Y qué me dice usted”, porque María es así, a cada cosa de la que se acuerda que a ella no le cae bien, le pone la frase y eso le da para múltiples conversaciones.

A una mujer que conoció el “estraperlo”, y que ha peleado tantos años, hay que oírla, porque seguro que conserva algo del sentido común que parece que hemos perdido últimamente, porque no me digan ustedes que vivimos en una democracia en la que gobierna el que hemos elegido, o que las decisiones que se toman tienen que ver con el interés de todos los españoles, o que el Estado busca el bien de los necesitados en el país. El Gobierno busca el bien de Puigdemont hoy, que es lo que le interesa, mañana no sabemos el de quien.

“Me quedo muerto” cuando me entero de que, el Gobierno, todavía no ha pedido a “Europa” las ayudas para la dana. Y me quedo más muerto cuando intentan, con una cara impresionante, justificar por qué no se ha hecho. Y todo esto para salir, dentro de unos días, diciendo que al final no lo presentaron porque la Generalitat Valenciana no hizo tal o cual cosa, que ya verán ustedes que es así, que será culpa de Mazón.

María se ha tomado su tostada y su café, sonríe y me cuenta que no se quiere hacer “mala sangre”. Me enseña una lista de cosas que va a comprar al mercado. Principalmente verdura y fruta, por eso la salud la acompaña, porque se cuida. “Cocinar para una sola es muy triste, pero intento ponerle un poco de alegría con Arguiñano”, me comenta con su sonrisa llana y sencilla. María huele a colonia de Myrurgia, lleva el pelo "de peluquería", un abrigo de "astracán" probablemente de los años setenta, muy cuidado y sus labios y ojos muy maquillados. A ella le gusta estar guapa y no pasar desapercibida.

Se marcha en dirección al mercado y yo sigo saboreando el café y terminando la tostada mientras repaso la conversación. Cuánta razón tiene en sus comentarios, aunque los haya hecho “en blanco y negro”.

Como siempre, servidor de ustedes…

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