¿Está perdiendo la humanidad su nombre?
Y no precisamente por temor a los más recientes avances tecnológicos, con la Inteligencia Artificial a la cabeza, sino por la pereza social en la que los españoles parecemos estar sumidos con el abandono de nuestra histórica autoestima y la desesperanza en el futuro, letal para nuestra juventud

El escritor Mario Vargas Llosa y el periodista Juan Cruz EUROPA PRESS 07/11/2019
Hace más de cincuenta años que Mario Vargas Llosa -me consta su devoción por Valencia y estaría bien invitarle en breve a volver a visitarnos- se preguntaba en su Conversación en la Catedral, “cuándo se jodió el Perú”.
El periódico peruano El Comercio reunió en 2017 a un grupo de intelectuales locales en busca de respuesta, y el escritor Gustavo Rodríguez, no exento de ironía ni de conocimiento de la historia, estableció el año 1750, cuando el entonces virrey Manso de Velasco -no está en mi árbol genealógico- se recuperó del mal “del canal del pene” expulsando una gran piedra renal.
Y apenas hace dos años, a iniciativa de Literalgia, César Lévano, convocado a resolver el enigma junto a ilustres representantes de la cultura contemporánea en el país hermano, como Washington Delgado, Luis Lumbreras y Javier Pulgar, sentenciaba “se trata de una jodedera con historia”.
En la RAE se presentó el pasado mes la obra de su Director, el jurista Santiago Muñoz Machado “De la democracia en Hispanoamérica”. Recuerdo su riguroso trabajo sobre Planeamiento Urbanístico de 2009, y me dispongo a abordar con tiempo y profundidad este último tratado del autor, que ya está siendo demandado en las librerías de toda España y los expertos no dudan en calificar como enciclopédico.
Así que, cómo he leído, en cierto modo “ya sabemos cómo se jodió el Perú (y todo lo demás)”.
Precisamente la RAE, institución a la que un servidor recurre habitualmente, por su utilidad manifiesta y en homenaje al español y su riqueza lingüística, tras consignar como primera acepción del término humanidad “naturaleza humana”, dedica dos más asociándolo a conceptos como sensibilidad, compasión, benignidad y afabilidad. Finalmente, para referirse a disciplinas como la literatura, la filosofía y la historia.
He revisado también el término humanismo. Aludiendo, naturalmente, al movimiento renacentista con el que se identifica, opta en primer lugar por su estrecha relación cultural con las letras. Y me ha interesado especialmente cuando ofrece la siguiente acepción: “Doctrina o actitud vital basada en una concepción integradora de los valores humanos”.
Y si bien nuestro Diccionario se ocupa del término compuesto “humanismo crítico” para poner la atención en el hombre como ser histórico y su propia capacidad de trabajo y esfuerzo, recurro a la plataforma médica Imbiomed para referirme al término que reivindico para la ciencia en su conjunto y muy particularmente para la arquitectura y la ingeniería, de humanismo científico. En él, en la proporción específica de cada campo o materia, ciencia y cultura participan como variables imprescindibles de la ecuación.
Ahora, cuando la pregunta del personaje llamado Zavalita, parece tener rigurosas respuestas, me inquieta a mí la que encabeza este artículo de opinión.
Y no precisamente por temor a los más recientes avances tecnológicos, con la Inteligencia Artificial a la cabeza, sino por la pereza social en la que los españoles parecemos estar sumidos con el abandono de nuestra histórica autoestima y la desesperanza en el futuro, letal para nuestra juventud.
La pérdida de los valores humanos es el caballo de Troya que habitan el pensamiento único, la autarquía y el certificado de defunción de la libertad y de la democracia. No tengo tiempo para esperar cincuenta años a que un nuevo Zavalita tenga respuesta a la pregunta de cuándo se jodió la humanidad en España.